(15 de septiembre de 2013)
- Esta relación está rota, completamente rota - era la conclusión a la que llegaba el consejero matrimonial al que España acudía para intentar no terminar con su tormentoso matrimonio con Catalunya.
-
¿Cómo dice? - preguntó España.
-
Esta unión ha sido una falsa desde el principio, no os queréis nada de nada,
nunca os habéis querido. Estáis juntos por pura rutina, sois un matrimonio de
conveniencia, sin amor, sin pasión y sin respeto mutuo.
-
Eso le digo yo - intervino Catalunya. - Por eso quiero el divorcio, quiero irme
de su lado, ya no aguanto más, nunca he estado bien con él...
-
¡Pero es que tú eres mía! - exclamó España impactando con fuerza su puño en la
mesa. - No voy a dejar que te vayas y me dejes así por las buenas.
El flamenco consejero estaba a punto de tirarse de los pelos, pues no sabía cómo acabar con
aquel sufrido y continuo toma y daca cuyo único final posible, por el carácter de ambos,
era la ruptura. Jamás podrían convivir bajo un mismo techo mientras pensaran
mal el uno del otro y se odiaran entre sí.
-
Pero España... ¿no te has dado cuenta de qué ella sólo está contigo por el
dinero? - intentó aclarar el consejero - ¿no has visto que, aunque siempre ha hablado de ser independiente nunca
te lo ha pedido con tanta fuerza e intensidad hasta ahora que estás completamente arruinado?
España
agachó la cabeza dubitativo y se hundió en el sillón situado en la parte más a
la derecha de la habitación mientras Catalunya andaba nerviosa de un lado a otro sin saber muy bien donde apoyar su precioso trasero.
-
Pero... yo creía que me quería - esbozó entre lamentos España.
-
¿Cómo quieres que te quiera? Si no te gustan ni mis raíces ni mi cultura... No
te gusta mi cara, mi cuerpo, mi personalidad, mi carácter tan contrario al
tuyo. Ni siquiera te gusta como hablo - le espetó Catalunya.
-
¡Porque hablas mal! - contestó de nuevo agresivo España.
-
¿Lo ves? Me voy. No aguanto más
-
¡Tú te quedas conmigo!¡Te lo ordeno!
-
Tengo derecho a decidir por mí misma - sentenció Catalunya mientras abría la
puerta para marcharse.
-
¡Maldita puta!¡Vuelve aquí ahora mismo o...!
-
¿O qué? - se volvió vacilona Catalunya.
-
O en cuanto tengas la independencia, empezarás a darte cuenta de todos los
verdaderos problemas que realmente tienes. De tus defectos de salud y de tu falta
de educación... No soy el único que se está volviendo cada vez más pobre y desigual... ¿verdad, Catalunya?
Su cabeza entonces accionó un mecanismo por el cual volvió a tirar de ella de nuevo hacia dentro de la estancia, alejándola de la
puerta, mientras el corazón se reprimía latiendo con más fuerza, ansioso por
salir de aquella angustiosa situación en la que se veía presa de las mentiras e
intereses que ejercían los necios poderes de dos países que siempre marcharon juntos, pero no
revueltos.
De repente, el consejero matrimonial, harto de todo, se arremangó la camisa, se subió en lo harto de la mesa y empezó a taconear al ritmo del filósofo más sabio que jamás haya hablado del amor para explicar cantando lo que la lógica jamás podrá comprender.
De repente, el consejero matrimonial, harto de todo, se arremangó la camisa, se subió en lo harto de la mesa y empezó a taconear al ritmo del filósofo más sabio que jamás haya hablado del amor para explicar cantando lo que la lógica jamás podrá comprender.
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