Reflexiones dominicales embrutecidas.

domingo, 17 de marzo de 2013

El piquete neuronal

(del 11 al 17 de marzo)


Espero que perdonen que hoy este guerrero venga con más desilusión que rabia, ya que ante un negro y precario futuro, el panorama de la juventud universitaria actual es desolador. Aunque que puedo decir yo que a mis casi 26 años aún no he acabado la carrera y para el ministro Wert seré un tonto e inútil vago. Llevo ocho años en la Ingeniería Superior de Telecomunicaciones y por fin estoy viendo el final de este tortuoso camino, pero... ¿por qué tantos años? Quizás mi intelecto está por debajo de ese planificado umbral de tiempo que en su día impusieron, bajo sus propios criterios, un grupo de expertos entre los que seguro no se encontraba ningún ingeniero. Pero en vez de echar mano de inteligentes argumentos gubernamentales y culpar de mi fracaso a una conspiración entre profesores, gobierno, alumnos infiltrados y ETA, haré autocrítica y diré que quizás me haya distraído más de la cuenta entre la multitud de inquietudes  con las que mi cerebro me bombardea a diario (incluído este blog) y eso me ha llevado a reducir la velocidad con las que mis pasos andan el camino. Pero no me importa el tiempo de más invertido, ya que terminar la carrera me hará ingeniero, pero yo, además, quiero llegar a ser persona.

Pertenezco a una generación extremadamente mimada durante una feliz infancia que ha desembocado en una juventud caracterizada por la comodidad y el egoísmo. Esto hace que el siempre fuerte y revolucionario movimiento estudiantil viva en estos momentos una pequeña depresión ante la que un servidor, que siempre ha sido un planfletero rebelde, se cuestiona si merece la pena seguir luchando y defendiendo a una panda de niñatos que, borrachos del efímero presente, usan la evasión etílica subvencionada por papá y mamá  para huir de la responsabilidad del negro futuro.

Recuerdo la sonrisa que la esperanza dibujó en mi cara hace un año cuando asistí a la multitudinaria asamblea de estudiantes que consiguió llenar el enorme Salón de Actos de la Escuela de Telecomunicaciones de la UMA. Hoy sigue esa sonrisa en mi cara, pero se tornó en irónica cuando supe que la mayoría de asistentes acudieron motivados por el rumor del aprobado general que se comentaba entre los corrillos universitarios. Esto, unido al eterno enfrentamiento entre el Frente Popular de Judea y el Frente Judaico Popular, hizo que aquella llamarada, que en un principio amagó con provocar un incendio, terminara  en ascuas y cenizas. Después de aquel destello, el ministro Wert sacó a relucir su miembro viril y entró en vigor el anunciado tasazo. No pude aguantar en mis labios el “te lo dije” cuando compañeros, que en su día me tacharon de persona exagerada y escandolosa, se quejaron como energúmenos al tener que pagar el elevado precio de la matrícula. Pensé que ahora que la polla había entrado en sus culos, su sangre de nuevo herviría con el calor de la rebelde juventud y en un acto de amor propio y dignidad se unirían a sus compañeros en la calle, pero volví a no ver sus caras en la manifestación del pasado jueves.

Los días previos al 14-M tuve mis dudas e incluso acabé cediendo a la impotencia y a la desilusión para decidir que no iba a acudir a la manifestación, ya que esta generación a la que pertenezco merece la inminente esclavitud a la que está condenada por aceptar la reducción brutal de derechos sociales y la cada día más abismal diferencia entre unos pocos ricos y una enorme masa de pobres. Pero la misma mañana del 14 de marzo las neuronas de mi consciencia se reunieron en asamblea y decidieron constituir un piquete informativo para recorrer mi cerebro, consiguiendo que acabara sucumbiendo a los fuertes principios que, con orgullo, siempre he llevado por bandera. Por eso acabé uniéndome a la coqueta, pero ruidosa manifestación que recorrió parte del centro de Málaga por una Educación Pública y de Calidad. Porque la Universidad Pública no se vende, se defiende.

Regresé a casa con una sonrisa en los labios que reflejaba el pequeño trocito de madurez ganado al aprender a vivir con la impotencia, y entendiendo que sufro una dulce condena que, contra viento y marea, me lleva a levantar mi puño contra todo lo que me parece injusto. Y mientras haya una sola persona que en nombre de la utopía quiera cambiar el mundo, estaré ahí con él, porque el mayor fracaso que puedo tener es acabar siendo un egoísta borrego más.

Feliz domingo.  


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