Este 24 de mayo, sacro día dominical, quería actualizar bien temprano, quizás no tanto como para adelantarme
a la apertura de los colegios electores, pero si lo suficiente como para
esquivar y, en su defecto, obviar las datos de participación, los análisis
previos, los discursos vacíos de la festividad democrática, las encuestas de
cierre y los datos de recuento parcial y total. Quiero anticiparme a todo el
circo mediático y al aluvión de cifras y conclusiones para poder escribir con
la ilusión que solo la previa otorga, ya que en las elecciones andaluzas esperé a ver
los resultados y acabé escupiendo una entrada llena de rabia e impotencia (aunque no falta de verdad).
Quiero
llenarme de ilusión, una vez más, porque después de ver el asqueroso acoso
electoral y leer actos deplorables y vomitivos por parte de aquellos que se
llenan la boca con la palabra democracia, lo necesito. Y es que he visto naves de ataque arder más allá de Orión. He visto como el partido que lleva por bandera la
austeridad se gasta 20 millones de euros en intentar tapar sus vergüenzas y
descosidos. He visto a un presidente del Gobierno, muy español y mucho español,
hundirse en la pobreza dialéctica del patriotismo y los argumentos irracionales
que este otorga. He visto como el voto por correo, avance democrático para no
marginar a los desplazados, es utilizado como un método de pucherazo 2.0 en un
ruin mercado laboral de compra-venta electoral y de abuso de mayores. He visto
también como este instrumento democrático que acorta distancias se deshace en una
entramada burocracia que absorbe al emigrante hasta el hondo pozo de la
abstención. He visto a corruptos, condenados e imputados, volver a imprimir su
nombre en esas listas que los grandes partidos han prometido limpiar. He visto
a damiselas de alta cuna pasar de los programas que piensan incumplir
para tener libertad de acción y ausencia de responsabilidad. He visto como los
aterrorizados usan el marchito terrorismo de ETA para intentar sembrar el miedo
que la banda ya no da. He visto a una condesa y consorte con 30 años de
antigüedad política pasear su luciferina cara bonita (y sus cheques de 5
millones de euros) ante la adulación de la prensa conservadora y la
incredulidad de la mísera plebe.
Pero
quiero llenarme de ilusión porque no todo lo que ha desfilado ante mis ojos ha sido
miseria y displicencia, ya que también he sentido como todos esos momentos se
perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. He visto a una jueza repartir
los zascas que tanto necesitaban en
la capital. He visto a la mayor activista antidesahucios del país enfrentar su
alegre sonrisa a los negros semblantes de la autoridad catalana. He visto a un
científico minusválido demostrar su mayor valía y superar todo tipo de obstáculos y
adversidades para cambiar el trono de hierro del sillón presidencial de Aragón
por su digna y funcional silla de ruedas. He visto a un comparsista mirar cara
a cara a la caciquesa gaditana para
clavarle en una mirada todos los pasodobles que de oído a oído le cruzaron
carnaval tras carnaval.
Sé
que seguramente me equivoque y la realidad vuelva a pegarme la hostia en la
cara, pero espero, sinceramente, que la esperanza que tengo para hoy no se
apellide Aguirre. Quizás tenga que dejar de ilusionarme con tanta facilidad,
pero no se le puede pedir otra cosa a alguien que, aun sabiendo que los Reyes
son los padres, sigue acostándose el 5 de enero con el pellizco en el estómago
y los nervios en la sonrisa.
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