Reflexiones dominicales embrutecidas.

domingo, 4 de noviembre de 2012

El día de difuntos de 2012

A don Mariano José de Larra

(del 29 de octubre al 4 de noviembre)


Hace poco tiempo estuve de visita en Madrid. Al pasear por sus calles, avenidas y plazas sentí como me invadía un sentimiento que nunca antes me había invadido y que, sin embargo, conocía de sobra, pues ya se encargó en su día don Mariano José de Larra de expresarlo a la perfección en su artículo El día de difuntos de 1836. La ciudad se me representó muerta, aunque sus habitantes la llenaban de vida a un ritmo frenético,  los edificios se me aparecieron como sepulcros que guardaban putrefactos cadáveres de ideales y utopías.

Todo comenzó el día 1 de noviembre en la puerta del Sol, epicentro de la esperanza de este país. Allí pude mirar de frente a la Real Casa de Correos, hoy sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, y observé sorprendido como las paredes y el famoso reloj transformaban su apariencia hasta convertirse en un edificio fantasmal en el que resaltaba una enorme placa de mármol con una inscripción: "Aquí yace la humildad, torturada hasta su muerte por una condesa de tinte rubio absolutista."

Me giré asustado y me di cuenta de que, sin saber cómo ni por qué, estaba percibiendo una Madrid tenebrosamente desdoblada. Bajé por la calle Mayor con una mezcla de curiosidad y miedo, y al doblar la última esquina me encontré con una espectral catedral de la Almudena mirando de frente a un  fantasmagórico palacio de Oriente en cuya puerta una placa de oro rezaba: "Aquí yace la República que tan joven murió."

Seguí mi camino desorientado y mareado por el pestilente olor que desprendía la difunta urbe. Pasé el templo de Debod y anduve por la calle Ferraz hasta toparme con una enorme tumba llena de rosas rojas encapulladas. "Aquí yacen los ideales y los principios de Pablo Iglesias, que el tiempo degradó y la moderna Europa acabó por rematar". El miedo empezó a ganarle la batalla a mi valentía y corrí asustado intentando huir de aquel esperpento que me tenía atrapado. Me introduje en el barrio de Malasaña y tras varias vueltas entre sus misteriosas callejuelas, paré exhausto en la plaza del 2 de Mayo para coger aire. Allí alcé mi vista y pude ver las estatuas de los héroes de aquel día de cólera de 1808 derritiéndose. Los rostros de Daoíz y Velarde se deformaban mientras me gritaban: "¡Huye insensato!", por lo que volví a llenar mis pulmones de aire y avancé hasta la calle de Fuencarral para subir hasta Sagasta y dirigirme dirección Génova, donde una enorme y señorial cripta popular me dio la bienvenida. "Aquí yace la inteligencia, enterrada bajo toneladas de subnormalidad y prepotencia" pude leer justo al lado de una enorme y terrorífica mole de hormigón hortera construida en homenaje a la demagogia con el dinero de todos los contribuyentes. Escapé como pude de la diabólica seducción que la cripta me susurraba al oído en forma de mentiras y promesas y giré la esquina para salir al paseo de la Castellana. Allí decidí bajar, pero antes me giré y reconocí al fondo el templo donde en 1999 naciera el anticristo de la mano de Álex de la Iglesia. Aquellas torres negras e inclinadas hacia dentro se me desvelaron como la metáfora perfecta de la caída en picado que nuestro país sufre. Las miré con impotencia pensando que aquellas torres demoníacas son la puerta del infierno al que Bankia y demás bancos nos han llevado. 

Bajé hasta el paseo de Recoletos y acabé en la fuente de la diosa Cibeles, donde me vi rodeado de monstruosos edificios como el Palacio de Comunicaciones, sede del Ayuntamiento de Madrid, donde una inscripción decía: "Aquí yace la legitimidad y la sensatez, enterrada por el enchufismo y el populismo más católico y tradicional". Enfrente, en una piedra del Banco de España, pude leer: "Aquí yacen las mellizas humanidad y solidaridad, que fueron asesinadas cruelmente por el egoísmo y la avaricia ante la mirada cómplice de la cobardía y la pasividad"; y más al fondo pude observar el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes en donde estaba escrito en una enorme placa de oro y diamante: "Akí reposa para sienpre la intelijencia y el pensamiento, moridos a palos por un tertuliano orguyoso de su ignoransia".

Seguí huyendo de aquel dantesco espectáculo y corrí más que nunca en mi vida hasta llegar a la plaza de Neptuno, donde pude leer: "Aquí yace el derecho de manifestación. Fue matado a golpes por la esposa de un convicto y la incapacidad de pensar de las UIP."

Salté unas vallas y corrí aterrorizado por la calle aledaña en un último intento de escapar de aquella onírica necrópolis. El corazón me latía frenéticamente y el aire , pesado y húmedo, corrompía mis pulmones. Hasta que no pude más y me derrumbé justo enfrente del Congreso de los Diputados donde una gran placa rezaba: "Aquí yace la soberanía popular, la cual jamás pudo descansar en paz". Escuché como de su interior salían unas voces de ultratumba que parecían gritos de un patio de recreo, y entonces, los dos leones que el pueblo de Madrid bautizó como sus dos grandes héroes ya olvidados, Daoíz y Velarde, giraron sus cabezas hacia mí y me hablaron:

"Hace dos siglos que este pueblo se levantó enrabietado ante la pasividad con la que su gobierno aceptó la silenciosa invasión francesa. Aquel día muchos madrileños fueron asesinados por las tropas francesas, entre ellos pocos soldados y muchos trabajadores. Nosotros, Daoíz y Velarde, nos unimos al pueblo que juramos proteger para acabar siendo traicionados por nuestro propio gobierno y ahora, hemos vuelto a ser traicionados. Nos ordenaron proteger la soberanía de este país y este vasto edificio está lleno de ignorantes, manipuladores, mangantes y otras especies típicas españolas que están obedeciendo a tropas económicas invasoras y no a su pueblo."

La historia siempre se repite.

Feliz domingo.

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