Mis párpados se despegan sin
rapidez ni pereza en algún minuto intermedio entre las 9 y las 10 de este nuevo
domingo electoral. 7 van ya, a cada cual más triste… Con todo lo que luché yo en
la Transición…. (que no antes).
Sin mucho apetito, desayuno
apaciblemente en mi pequeña cocina mientras escucho en la SER a un locutor con
la ilusión atragantada, y leo El País, cuyos márgenes se han ido escorando cada
vez más a la derecha hasta hacer su lectura bastante complicada. Tras un
pequeño y rutinario aseo, es hora de salir…
Hace calor y el sol derrite el
asfalto, quizás por ello siento como si mis pies se pegaran al alquitrán, pues me
cuesta levantarlos en mi lento caminar hacia el bar de toda la vida, hoy regentado
por Pedro en la barra y Susana en la cocina, un pequeño rincón que, aunque ha
pasado ya por varias manos, mantiene su decoración intacta de los tiempos del abuelo
Felipe, hoy ya jubilado y con vida de eterno veraneante. Debato un rato con mis
amigos sobre las mismas cuestiones y problemas que siempre, esgrimiendo los
mismos argumentos y aportando las mismas soluciones, hasta que, tras un par de
cañas, decidimos por fin ir a votar (otra vez más).
Mis ganas brillan por su ausencia,
pero el pasado me empuja al colegio electoral hasta que mi voto inercial cae en
la urna casi sin ganas, como si se tratara de un pétalo que mustio se desprende
de su origen para morir en el suelo, y es que esta democracia que creció como
una rosa se ha ido marchitando hasta tener más espinas que flor.
Por lo que, evidentemente, mi voto es para...
P.D.: Feliz domingo.
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